Farmacología,  Salud Mental,  Trastorno Bipolar

¡Toma las riendas de tu vida!

Martes. Enciendo el televisor. Los medios de comunicación informan acerca de la incidencia de los trastornos mentales como consecuencia de la pandemia: el número de personas diagnosticadas ha aumentado exponencialmente (me llevo las manos a la cabeza).

Viernes. En la sala de espera del centro médico escucho hablar de depresión, ansiedad, estrés, fobias, etc. Y seguro que acierto si digo que a la mayoría les recetarán alguno de los fármacos «tan en moda» hoy en día: orfidal, lorazepan, sertralina,…entre otros.

Me produce un profundo desconcierto y mucho malestar al comprobar lo poco que ha avanzado la atención primaria en estos últimos años: es decir, siguen carentes de psicólogos o terapeutas disponibles para acompañar a este perfil de pacientes, clientes o consultantes. Es por ello, que el modelo biomédico convencional es el que impera, y el cual tiende a la práctica farmacológica.

Lector, créeme si te digo que no pretendo banalizar con este tema, pero es que lo he vivido en primera persona, y además llevo años luchando contra la política sistemática de la hiperfarmacologización.

Y es que cuando me diagnosticaron el Trastorno Bipolar (imagina el shock que eso me supuso), me recetaron los siguientes fármacos: litio / depakine (estabilizador del ánimo), risperidona (antipsicótico), paroxetina (antidepresivo), y diazepan (ansiolítico), ¡vaya cóctel molotov!

Así sin más, de un día para otro me convertí en una cobaya más del sistema sanitario (dentro del ámbito de la psiquiatría). Y seguro que te estarás preguntando, -«¿Y qué ocurrió después?¿Cómo lo sobrellevaste?»

Para que me entiendas, antes he de explicarte mi recorrido por el hospital psiquiátrico. Recuerdo la infinidad de vueltas que daba alrededor de un minúsculo jardín situado en el patio cuando hacia sol, y si el día se tornaba nublado, me adentraba en el taller a realizar alguna de las manualidades. Pero lo que más recuerdo es cómo me sentía física y anímicamente: somnolienta, muy cansada, con el cuerpo rígido, el sistema motor lento,…obviamente todo esto fruto de la ingesta de pastillas. Con suerte, al cabo de unas semanas salí de allí, dirigiéndome de vuelta a mi hogar.

Desafortunadamente, tras un tiempo empezé a darme cuenta de que no había diferencia alguna entre la vida que transcurría dentro del hospital psiquiátrico y la que estaba viviendo una vez que había salido de allí. Me refiero a que me sentía totalmente anulada como ser humano, y es que no era para menos, parecía una «zombie» (y lo expreso literalmente); caminaba lentamente, hablaba de forma aletargada, me costaba discurrir, actos tan cotidianos como cocinar, limpiar, etc. se volvían un auténtico suplicio. En resumidas cuentas, lo que quiero decir es que me sentía igual de «encarcelada».

A ver, no voy a discutir de que algo en mi sistema nervioso no funcionaba bien, hasta ahí totalmente de acuerdo. Sin embargo, algo muy en el fondo de mi corazón me decía que esa forma de vida no era para mí, que costara lo que costase, necesitaba buscar otra fórmula. Me negaba a dejarme en manos de otros (por muy facultativos que fueran) como si de una alma perdida se tratara. Y es que, yo no era así. Yo podía hacer mucho más por mí misma.

Entonces, poco a poco, empezé a dejar la medicación, me dediqué a cuidarme, mimarme, a descansar en toda regla, en definitiva, me planteé «resetear» y dar un giro total a mi vida. ¿Y entonces? Tomé la firme determinación de adentrarme en las aulas de la universidad para estudiar el grado de Psicología. Y el resto es historia…

Lector, como ves, por mi experiencia personal vivida, me encuentro dentro de un amplio grupo de detractores que critican la industria farmacológica, aunque reconozco que en un momento puntual los fármacos pueden resultar oportunos e incluso eficaces.

Por otra parte, invito a quienes así lo deseen a que se den la oportunidad de probarse, de retarse, y sobre todo, auto liderarse: nadie mejor que tú mismo para conocer tus propios límites.

¡Ah! Y no olvides esto:-Tú puedes hacer mucho más por ti mismo.

 

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